Petro: del cambio prometido a la decepción cumplida

Un mar de promesas incumplidas

Hay algo fascinante en los seguidores incondicionales de Gustavo Petro, que merece un estudio sociológico, porque nadie entiende dónde esconden la vergüenza para seguir defendiendo el mar de promesas rotas de un gobierno que aún no ha entendido que gobierna. Porque, aceptémoslo, no es fácil ver cómo el presidente transforma sueños en escombros y aún así defenderlo con una pasión casi religiosa. Un año nuevo comienza, pero los problemas siguen siendo los mismos. Los subsidios y créditos públicos, esos pilares para miles de familias, están tambaleando, y no precisamente por un terremoto, sino por el déficit presupuestal que el gobierno, en su infinita clarividencia, no vio venir. Los beneficiarios de programas sociales y excombatientes de las FARC se preguntan si esta es la “Colombia Humana” que Petro prometió. ¿Dónde quedó la prosperidad para todos? ¿En el cajón de las buenas intenciones o en el archivo de proyectos fallidos? Y mientras tanto, el presidente sigue afinando sus discursos con cifras macroeconómicas que, si bien son buenas en apariencia, no logran llenar neveras vacías ni pagar arriendos atrasados. Pero claro, siempre hay alguien que dirá: “Es que Petro está combatiendo al sistema”. Un argumento tan reciclado como las excusas que el gobierno ha usado para decir que todo es culpa de Gaviria, Uribe y Duque, porque su ceguera no da para más. Una de las joyas del presidente fue su idea de una Asamblea Constituyente, presentada como la salvación de los problemas legislativos. Una propuesta que prometía revolución, pero que terminó en humo porque ni siquiera sus aliados entendían hacia dónde quería ir. Y por supuesto, no podemos olvidar su estrategia favorita: el famoso golpe de Estado, una alucinación que lo asemeja a ese José Arcadio Buendía que terminó amarrado a un árbol de castaño por creer que todos los días eran lunes. Empresarios, congresistas, banqueros, periodistas, encuestadoras… todos conspiran contra él, según su narrativa. Es un guión tan repetido que hasta los más creativos guionistas de Netflix se sonrojarían por la falta de originalidad. Pero lo más preocupante no es lo que Petro no hace, sino lo que hace mal. Cada día que pasa, su gestión se parece más a una serie de improvisaciones sin rumbo que a un gobierno con propósito.

¿Y qué hacen quienes aún creen en él?

Senadora Gloria Florez

Defienden lo indefendible, agarrándose a la esperanza como náufragos de un barco ya hundido. Es admirable, en cierto modo. Pero también es triste. Porque la fe en un proyecto político no debería ser un acto de ceguera, sino de confianza basada en resultados, que es lo único que este gobierno no ha podido entregar. Al final, el problema no es sólo Petro, sino también aquellos que siguen creyendo que el cambio se logra “viviendo sabroso” sin esfuerzo y planificación. Si esto era todo lo que tenía para ofrecer, más vale que siga culpando al pasado, porque su legado político ya quedó escrito.