Quienes tenemos el tiempo y la fuerza para hacer algo en nuestra vida, debemos entender que este es el mejor momento para ayudar a los demás. El estar confinados en nuestra casa no es un impedimento para comprenderlo, porque no pueden existir barreras para entender la necesidad y el sufrimiento que a nuestro alrededor están viviendo muchos.

La vida me ha regalado momentos inolvidables al lado de amigos que en mi camino me han hecho más fácil el andar. Uno de ellos, quizás el más leal, me ha enseñado en los últimos 7 días, durante cuarenta minutos diarios, lo que significa la fragilidad humana.

Salir por las calles del barrio con Lucas, mi perro, me ha permitido ver un mundo más lento, una ciudad menos agitada, y una comunidad más preocupada por la vida de los seres que se aman, y muy especialmente la de nuestros mayores. En una de esas primeras caminatas al final de la tarde pude ver a dos mujeres de mayor edad en los respectivos balcones de sus apartamentos, ante lo cual me nació del alma detenerme para saludarlas y darles una palabra de aliento.

Hasta el día de hoy ese saludo se volvió una rutina en la que cada día, ellas desde el segundo piso y yo desde la calle, nos encontramos para saber que estamos juntos desde la distancia, esa misma distancia que guardo con mi madre a quien con el dolor del alma no he podido volver a tocar ni a expresarle con un abrazo el gran amor que le guardo.

Ese mundo que hoy se detuvo nos ha permitido ver las cosas de una forma diferente, donde por encima de la arrogancia se sobrepuso la humildad para hacernos entender que somos seres quebrantables, pero que en el fondo de nuestros corazones tenemos la suficiente humanidad para darle a los demás un poco de ayuda o de consuelo.

Cuando todo vuelva a la normalidad, si es que la vida vuelve a ser la misma, espero poder entrar a ese edificio en compañía de mi madre para abrazar con cariño a esas dos abuelas que hoy se volvieron importantes para mí, para nunca olvidar que el amor por los nuestros es lo único que realmente importa en la vida.

Caminar con Lucas en estos tiempos me mostró un mundo distinto, en donde cualquiera de nosotros con solo levantar la vista puede darse cuenta que en cualquier lugar hay alguien que necesita de nuestro tiempo y de nuestra fuerza para no perder las esperanzas de seguir adelante.

Lucas y yo seguiremos yendo a nuestra cita diaria con esos dos hermosos seres que en cada atardecer sé que nos esperan ¿Y ustedes que van a hacer por esos abuelos que hoy más que nunca necesitan que les digan que los aman?

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